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Among the Thugs, de Bill Buford, es un libro infravalorado, en especial si tienes problemas para articular tu atracción por la violencia desenfrenada. Publicado en 1990, el libro es una odisea a través del mundo ultraviolento y nacionalista de los hooligans del fútbol inglés en su apogeo en la década de los 80, y una mirada subjetiva al atractivo de la violencia en las gradas por medio de la proximidad del autor con hombres que pasaron su tiempo libre agrupándose en toda Europa con el único propósito de pasarse la tarde a golpes con personas de diferentes equipos. Ha pasado algo de tiempo desde que leí el libro, pero recuerdo a hombres embriagados andando por las calles de ciudades extranjeras, provocando peleas con quien se cruzara en su camino; políticos apolíticos que en ocasiones coqueteaban con el racismo, recuentos divertidos en primera persona de palizas propinadas por la policía, y la mirada del autor sobre el abismo de violencia en las gradas.
El hooliganismo en el fútbol se reduce a una sola razón: pelearse con los seguidores de otros equipos por el simple hecho de ser diferentes. No hay ganancias o pérdidas geopolíticas, ni honor ni títulos, tampoco premios: es pelear por pelear. Aunque los ingleses fueron en algún tiempo el estandarte del lado despreciable del juego hermoso, los rusos han ocupado ahora su lugar.
El pasado fin de semana, el New York Times publicó un artículo sobre el hooliganismo en Rusia, escandaloso movimiento que hizo de las suyas en la Eurocopa de 2016 en Marsella. En lugar de lanzar golpes como sea y a quien sea, los hooligans rusos de la era más reciente han comenzado a practicar clases de boxeo, lucha, muay thai, y artes marciales mixtas.
Vaya subcultura tan miserable, al puro estilo de los «Camisas Pardas» de Berlín en la década de los 30. Pero, de acuerdo con el artículo, sigue existiendo un código de honor: pelear a mano limpia tiene más hombría, no se permiten armas, tampoco pisar la cabeza del rival, no atacar a los espectadores, y la pelea termina cuando el rival dice «suficiente». Dadas las enérgicas campañas de la policía previas a la Copa Confederaciones 2017 y el Mundial 2018 de la FIFA en Rusia, los hooligans tienen planeado citarse antes o después de las competiciones con los clubes rivales en los bosques para reventarse a golpes con guantes de MMA y arreglar sus diferencias.
El hecho que las MMA y sus componentes sean usados en batallas campales parece bastante desagradable hasta que recordamos que luchadores entrenados en pleitos espontáneos no es algo nuevo. Cinturones negros de jiu-jitsu brasileño figuran en las alineaciones de surf en la Costa Norte de Oahu, golpeando todo rostro que no les resulte familiar. Hace dos años, un jugador de rugby aplicó una llave en el tobillo de su rival. Pero esta lógica suele tener otra cara también: el hooligan polaco Artur Szpilka se convirtió en boxeador (20-2) y hasta se enfrentó a Deontay Wilder el año pasado por el campeonato de peso completo del CMB. Algunos han intentado canalizar sus impulsos: un político ruso sugirió que los actos de hooliganismo deberían convertirse en un deporte, y en febrero M-1 Global organizó una pelea de artes marciales mixtas entre dos seguidores de clubes rivales.
De cualquier forma, la intención de todo ello es increíble. Las peleas en los partidos de fútbol son una tontería. Es un poco, sólo un poco, más comprensible si los aficionados están ebrios y aburridos después de un empate a cero. Pero si estás sobrio y pasas tu tiempo libre dando vueltas sobre colchonetas y golpeando sacos para poder partirle la cara a otros hooligans, entonces todo está perdido. El individuo antisocial se vuelve un psicópata, y la prohibición autoimpuesta de no pisar las cabezas de los rivales corre el riesgo de desaparecer.
Sin embargo, hace mucho que vivimos en un territorio moralmente gris. No hay nada nuevo en ello; los orígenes del hooliganismo en el fútbol datan del año 1300. Nadie se preocupa por convertir a los hooligans en ejemplos a seguir para cultivar un ambiente amigable: lo importante es mantener alejados a los demás espectadores del peligro. Si tienes tantas ganas de pelear con un grupo rival en nombre de tu equipo favorito que hasta tienes pensado ir al bosque, entonces tiene mucho sentido que inviertas horas en el gimnasio para salir victorioso… Siempre y cuando no molestes a terceros.